Las peleas de peces son lo último de juegos de envite en Camboya pese que estén prohibidas las apuestas, pero es que al camboyano cualquier entretenimiento con algo de incertidumbre y dinero por ganar le vale para improvisar una timba.
El cuadrilátero lo forma un tarro de vidrio lleno de agua en el que se introducen dos "púgiles" siameses, de los pececillos que habitan en los arrozales.
Al encararlos, empiezan a lanzarse mordiscos y embates hasta que uno de los contendientes desiste y se arrima al cristal del frasco, movimiento que se interpreta como haber arrojado la toalla.
Declarado el ganador, se abre paso al reparto de las ganancias entre los ganadores. Por las calles de Phnom Penh, la capital del Camboya, no es difícil tropezar con tenderetes que ofrecen a la venta estos peces arroceros.
Un joven se acerca a uno de ellos y observa detenidamente cada uno de los ejemplares que se encuentran metidos en recipientes individuales y separados por cartulinas a fin de evitar que se vean los ejemplares.
El cliente levanta uno de los separadores, observa y, ante la pasividad de los peces, opta por el descarte; sigue con los demás hasta que encuentra uno que reacciona con una viveza convincente al ver un congénere.
Decide comprarlo, junto a otro que selecciona poco después, todo por un dólar, y se va con un rostro que exhibe satisfacción pero sin dar explicaciones de los pormenores del arte de las peleas de peces.
La vendedora, más parlanchina, comenta que los ejemplares "son muy territoriales", pero no sabe nada de juegos de apuestas. Y es que la cosa no está para bromas en Camboya.
A principios de mes, la policía detuvo en una redada a 23 personas, y se incautó de 73 peces de lucha, bajo la acusación de promover apuestas.
"Los combates de peces no están prohibidos, pero las apuestas sí. No es tan grave como en el juego de cartas, pero continúan siendo apuestas", indicó un portavoz policial al informar a los medios de comunicación de la redada.
Peleas de grillos o de gallos. Partidos de voleibol. Toda excusa es buena para envites con dinero, una afición que va más allá de las enormes desigualdades entre ricos y pobres en Camboya.
Las diferencias entre las distintas modalidades radica en el montante, con apuestas mínimas de 100 dólares en las salas VIP de los casinos hasta el puñado de billetes de 100 rieles (23 centavos de dólar) que los conductores de tuk-tuk exprimen en las timbas de cartas mientras esperan a los clientes y vigilan de reojo por si aparece algún agente. Desde febrero, los jugadores deben ir con cuidado y actuar con discreción.
Una cruzada contra el juego
Fue entonces cuando el primer ministro camboyano, Hun Sen, lanzó una cruzada contra el juego y decretó el cierre de la casa de apuestas de fútbol Cambosix, la prohibición de las loterías callejeras y las salas de máquinas tragaperras.
Hun Sen dijo que había que atajar la "degeneración moral" raíz de desorden social, violencia doméstica, divorcio y robos.
La oposición interpretó la medida como una lucha entre clanes en el poder: uno que rodea el gobernante y otro formado por altos rangos de la policía y que cobra de las casas de apuestas.
Otra víctima de la disposición fueron los corredores de apuestas de los populares combates de boxeo, que han desaparecido del entorno de los cuadriláteros cuando hace pocos meses campaban a sus anchas en el recinto.
Ahora, cuando retransmiten por televisión los combates los fines de semana, restaurantes y cafés se llenan como de costumbre y, como de costumbre, el dinero circula, solo que esta vez de manera discreta por debajo de las mesas.
La potente industria de casinos concentrada en los puestos fronterizos con Tailandia y Vietnam ha salido indemne del "decretazo".
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